Jaime Minguijón abre con este artículo el Tema-LAAAB ‘Repolitizar lo cotidiano’.

Un Tema del LAAAB es una colección de artículos que conforman un hilo narrativo a partir de las reflexiones de personas con distintos perfiles y desde todo el mundo.


Nos encontramos en un momento histórico en el que la relación entre la ciudadanía y el ámbito político institucional está caracterizada por una gran desconfianza. La desafección, que viene siendo analizada desde hace décadas, lleva a “un cierto alejamiento o desapego de los ciudadanos con respecto a su sistema político” que tiene diferentes grados y “que alcanzará un polo negativo definido por una hostilidad completa hacia el sistema político”[1].

Sin embargo, un abordaje más ajustado a esta cuestión, como describe un estudio más reciente, debe identificar correctamente: “La pregunta genérica que nos hacemos (¿por qué la gente odia la política?) hay que leerla en este contexto, en el que ha aumentado la insatisfacción de la ciudadanía hacia la política en general, pero donde a la vez hemos presenciado importantes movilizaciones de la ciudadanía reclamando mejoras en el sistema político”[2]. Por lo tanto, desafección y movilización política popular parecen ser dos caras de una misma moneda; ambas se retroalimentan y deben entenderse conjuntamente.

El tema que proponemos de reflexión (repolitización de lo cotidiano) entronca directamente con esta cuestión, fijando su atención en una de las caras: el aparente rearme político observado en la última década al calor de las movilizaciones que podemos situar con un punto de inicio en el 15M, aunque sin perder de vista los procesos previos (Juventud sin futuro, Malestar.org, Nolesvotes, Plataforma de afectados por las hipotecas, Anonymus, Attac, etc) y sus posteriores desarrollos (como las Mareas, Stop Desahucios, Marchas por la Dignidad, etc.). Igualmente, en fechas más recientes, estamos asistiendo a otra oleada de movilizaciones, entre las que destacan las protagonizadas por las mujeres o los pensionistas. Pero la profundización en este fenómeno, nos obliga a reflexionar, aunque sea brevemente, en torno a los dos conceptos que delimitan el campo: la cotidianeidad y la política.

Son múltiples los autores que han ubicado su perspectiva sociológica en lo cotidiano[3]: Goffman, Garfinkel, P. Berger, T. Luckmann, M. Maffesoli, etc. Resumiendo, podemos decir que lo cotidiano es una “vivencia” inter-subjetiva (propia del ámbito de las relaciones sociales, ya sean cara a cara o virtuales) que nos referencia a dos conceptos: la normalidad (de la realidad) y la obviedad (del mundo); es decir, tiene que ver con lo común y con lo corriente. Cada uno de estos elementos muestra algo de lo cotidiano. En este sentido, lo cotidiano se refiere a lo “rutinario” (y, por lo tanto, conocido hasta la obviedad) y, en consecuencia, a lo previsible.

Por otra parte, lo cotidiano tiene como característica la irreflexividad, es decir, su asunción acrítica por parte de las personas. Este hecho no es contradictorio con que lo cotidiano esté compuesto por una serie de definiciones compartidas de lo que estableceremos como la realidad que, una vez producidas, devienen en la realidad objetiva(da) en la que nos movemos (Berger y Luckman). Por lo tanto, son “saberes” que implican “deberes” (Ibáñez).

Una discusión trascedente para nuestro objetivo gira en torno a si lo cotidiano es un espacio vivido por los sujetos como una realidad autónoma o, por el contrario, como una realidad heterónoma. Desde este segundo punto de vista, una de las aproximaciones posibles al estudio de la cotidianeidad reside en analizar las influencias de lo instituido en la misma (la “colonización del mundo de la vida” de Habermas), como hacen otros autores englobados en la “sociología de la sospecha” (Marx, Freud y Nietzsche), para los que, sintetizando, lo cotidiano no sería sino un espacio en el que los sujetos llevan a cabo unas prácticas y unos discursos procedentes del ámbito sistémico (y, por lo tanto, heterónomos) cuya finalidad es, precisamente, legitimar ese sistema. Por ello, para los autores enmarcados en esta corriente, los grupos de discusión son tan potentes, ya que en su proceso discursivo de “construcción” se hacen visibles los mecanismos de dominación. Igualmente, desde corrientes ideológicas opuestas, se llama la atención sobre la injerencia de la política en múltiples ámbitos (económicos, culturales, ecológicos, incluso en los espacios más íntimos y privados), aunque desde una óptica que no va a ser abordada en este escrito[4]. Pero la conclusión global que podemos extraer es que, en definitiva, lo cotidiano es un dato societal, que a través del análisis permite encontrar las vinculaciones con “las estructuras societales globales del poder”[5].

Desde la perspectiva contraria, se asigna a lo cotidiano un carácter autónomo, incluso, “vivido a espaldas” del mundo institucional (es decir, como el espacio natural de la “libertad”) y con capacidad de refractar el mundo sistémico. Es más, la cotidianeidad poseería una capacidad “emergentista”, es decir, de cuestionamiento del orden social instituido y, en determinados escenarios, de impactar en él, introduciendo algún cambio. Esta, quizás, es la aproximación que más nos interesa en este momento, por lo cual, voy a desarrollarla con un poco más de detenimiento.

Algunos autores perciben la cotidianeidad no solo como lo rutinario, sino también como el ámbito donde se producen los “acontecimientos”, entendidos como una ruptura de esa cotidianeidad. Los acontecimientos pueden ser entendidos como “cortes” en la realidad cotidiana vivida rutinariamente. Tiene que ver “con lo excepcional, lo inesperado, el drama, y todo esto, en tanto que relación situada en el tramado mismo de la vida cotidiana”[6]. Pero lo verdaderamente interesante es considerar que, entre las diferentes dialécticas que se producen entre lo rutinario y el acontecimiento, una de ellas nos remite, no al acontecimiento “soportado” (que viene de fuera, aunque sea esperado), sino a la “producción” del acontecimiento. En este sentido, es preciso recordar que “lo rutinizado es el soporte de la creación, su condición sine qua non (cf. Berger & Luckmann, 1966)… Lo cotidiano construido, ritualizado hasta un nivel maniático, es aquí la rampa de lanzamiento hacia el acontecimiento…”[7].

Ahora bien, dentro del conjunto de acontecimientos que parten de la capacidad creativa de lo cotidiano (una obra de arte, una invención o un descubrimiento), ¿dónde ubicamos los fenómenos de politización o repolitización? “…la transformación de las prácticas cotidianas en movimiento colectivo (…) nacen del conflicto entre los individuos y sus prácticas por un lado, las macroestructuras y los poderes, por otro. (…) las acciones colectivas y los movimientos sociales proceden más bien del rechazo de un estado de lo cotidiano en donde gestos y prácticas se hacen demasiado pesados, demasiado ineficaces, demasiado dolorosos”[8].

Encontramos aquí una tensión que ayuda a explicar en gran parte nuestro objeto de estudio: la que existe entre las macroestructuras y poderes, de un lado, y las prácticas cotidianas, de otro. “El drama causado por la destrucción del café del vecindario, la especulación inmobiliaria, las preocupaciones alimenticias, la inquietud por los espacios verdes se encuentran, en nuestras sociedades, en la base misma de los movimientos barriales y de consumidores (…)A través de los movimientos sociales, lo cotidiano deviene factor de la transformación y de la dinámica global de las sociedades”[9].

Una línea de reflexión interesante reside en relacionar este conflicto en el marco de la sociedad del riesgo, puesto que, sin duda, los riesgos afectan las prácticas de nuestra cotidianeidad y están relacionados con las estructuras de poder. “Se trata de riesgos globales traídos al mundo en tiempos de paz como consecuencias colaterales incontrolables de un desarrollo deseado y ordenado hacia más poder, más consumo, más turismo, más tecnología, más tráfico; en resumen, una consecuencia colateral indeseada del triunfo de la modernidad”[10].

Dejemos de momento la reflexión sobre la vida cotidiana y volvamos al segundo de los polos objeto de este documento: la repolitización, que nos fuerza a abordar en primer lugar lo que entendemos por “política”[11]. No vamos a entrar en detenimiento en la evolución de lo que se ha entendido por la política, pero baste con decir que, al menos desde Weber, la política se ha identificado con el “ejercicio del poder” y, a su vez, este se ha ubicado en una institución muy concreta: el Estado. Por mucho que algunos autores, como Sartori, han criticado esta visión reduccionista, lo cierto es que la práctica de la política, vinculada al aparato del Estado, ha tendido a la “profesionalización” y tecnificación, lo que la ha terminado alejando paulatinamente de la base social, abriendo una brecha entre esta y la acción política, dejando el campo libre para la despolitización[12]. Por otra parte, la idea de ubicar la política en el Estado y su consiguiente proceso de profesionalización, va ligada a la extensión del concepto de “soberanía popular”, en el sentido originario que le dio Rousseau. El cierre del círculo se encuentra en que el Estado debe ser la expresión de la soberanía popular. Pero si la política se deja en manos de profesionales y técnicos (alejándose de las prácticas cotidianas de los ciudadanos) y, además, sobre estos cunde la duda en torno a su capacidad y honradez, se deja un campo vacío en el que anida la idea de “promesa incumplida” respecto al ideal de Estado sobre el que se fundamenta la democracia representativa.

Evidentemente, existe una larga lista de autores que desde una perspectiva marxista, e incluso anarquista, perciben la relación entre el Estado y el pueblo de una manera diferente, marcada por la dominación, aunque sea bajo la máscara de la “violencia legítima” expuesta por Weber.

Respecto de la politización, encontramos dos posibles significados[13]. Un primer sentido a la acción de “politizar” puede definirse como un intento de incorporar un asunto al campo de lo político, es decir, al de las decisiones colectivas. El hecho de politizar la vida de una determinada comunidad debe entenderse como el intento de ensanchar los temas de la agenda política, y no solo eso, sino, además, tratando de influir en el proceso de toma de decisiones de los representantes políticos en una determinada dirección. Esta acepción entronca muy bien con el florecimiento de los espacios de participación ciudadana que se han venido dando en la última década en nuestro entorno más cercano. Igualmente, en este marco conceptual, caben los actores colectivos que vienen del pasado: tanto los incluidos en la primera oleada de los movimientos sociales (el obrero, con el sindicalismo como actor fundamental), como la de los llamados nuevos movimientos sociales (con las organizaciones ecológicas y feministas, como actores más destacados). Estos actores se han integrado perfectamente en las estrategias de participación ciudadana que se han institucionalizado (sean órganos o procesos).

Esta perspectiva abre la puerta a otra acepción de la politización, si se quiere más “fuerte”, pero más relacionada con nuestro objeto de estudio, y que podría entenderse como una mayor implicación y participación en los asuntos públicos de los ciudadanos. Encontrar el sentido a este proceso, desde la perspectiva que nos hemos impuesto en este trabajo, nos obliga a explicar la politización haciendo referencia a los desajustes que se abren entre la esfera política institucional y la vida cotidiana de las personas. Cuando los desajustes entre las vivencias (intereses, deseos, expectativas) de la base social y la acción institucional generan fracturas y desencuentros que favorecen la aparición, en el seno de la interacción social, de sensaciones (por ejemplo, de desafección), diagnósticos sobre el ser de lo institucional (centrados en la injusticia de determinadas situaciones) y sentimientos de “hacer algo” para cambiar las cosas[14]. Se trata de otro camino por el que hemos llegado a un mismo destino: el “conflicto” entre los individuos y sus prácticas por un lado, las macroestructuras y los poderes, de otro. Acontecimiento clave, que, como hemos visto anteriormente, se encuentra en la base del surgimiento de la acción colectiva y, en algunos casos, de los movimientos sociales.

Por lo tanto, esta brecha, este conflicto, genera un estado de inestabilidad y ebullición social, normalmente, en un primer momento, a espaldas del poder político y científico, pues se encuentra en una dimensión (instituyente) que no existe (o es invisible) a los ojos de lo instituido. Cuando hablamos de “repolitización” nos referimos al momento en el que la acción colectiva así fraguada “emerge” en la esfera pública y mediática y comprobamos que diferentes colectivos (jóvenes, mujeres, pensionistas, desahuciados, etc.) adoptan un papel activo y reivindicativo (etiquetado como políticas “no convencionales” o “políticas de protesta”) con unas estrategias solo parcialmente parecidas a los viejos y nuevos movimientos sociales.

Nótese que de la misma manera que consideramos que la activación (o reactivación) política surge de una fractura entre las prácticas y los poderes en el seno de la vida cotidiana, la emergencia de este tipo de acciones colectivas implican, a su vez, la inserción de una nueva fractura en la esfera institucional, rompiendo la apariencia de normalidad en la que pretende desenvolverse. Por lo tanto, la repolitización (tal y como la observamos hoy en día) es un fenómeno que se nutre de lo comunitario y que solo es visible cuando “explota” y sacude lo institucional (siempre con sensación de “sorpresa” desde lo instituido).

Ahora bien, debemos preguntarnos en qué medida los aparatos y estrategias de participación ciudadana actualmente existentes en el ámbito político-administrativo, se acomodan a este nuevo tipo de actor colectivo. Las experiencias del pasado reciente nos demuestran que lo instituyente en la forma de movimiento social (de nuevo cuño) termina por impactar en lo institucional de diferentes formas y a distintos ritmos. De entrada, la efervescencia no puede mantenerse indefinidamente en su punto álgido, por lo que, como sucedió con el 15M, después de una etapa inicial de gran movilización, le suceden periodos de adormecimiento o, mejor dicho, en los que la vivencia del conflicto retorna al ámbito de lo cotidiano, mezclándose con las prácticas (unas viejas, otras nuevas) y preparándose para nuevos futuros[15]. Pero eso no es óbice para que en un determinado momento esas acciones colectivas traspasen al ámbito institucional, ya sea a través de la génesis de nuevas organizaciones, ya sea porque las viejas adoptan algunas de sus reivindicaciones.

En todo caso, parece que las trayectorias seguidas por estos nuevos activistas repolitizados adquieren caminos diversos y plurales. Para algunos de ellos, la integración en la política institucional puede ser una posible vía, como ha demostrado la experiencia de los últimos años. Pero sigue siendo cierto que para otros las viejas estructuras se amoldan de manera deficiente a sus expectativas y maneras de entender la participación en lo político. Su práctica cotidiana, su vida, es percibida como política, como expresión de una nueva forma de entender diferentes ámbitos de su existencia: tanto a nivel personal (familia, amistades), como a nivel profesional (cultura, economía, etc.).

Cerrando el círculo, estos nuevos procesos de repolitización tienen consecuencias en lo cotidiano, poniendo en tela de juicio, a través de prácticas netamente creativas (basadas en la imaginación, la expresividad y la fantasía), la normalidad (de la realidad) y la obviedad (del mundo) y, por derivación, las estructuras sociopolíticas en las que se sustentan, puesto que, como dijimos al principio, la cotidianeidad está ligada a “las estructuras societales globales del poder”.

Por lo tanto, el proceso de repolitización de lo cotidiano está ligado a un proceso de más largo alcance de cambio social, protagonizado por individuos en interacción que, a través de diferentes fórmulas basadas en la creatividad, impactan en la ordenación del mundo. Aunque hemos empleado el término “cambio”, seguramente este proceso de impacto en el mundo no se acomode bien a él, y sea preciso indagar en la sugerente propuesta de Beck en torno a la “metamorfosis”[16] del mundo, revelándonos un futuro en creación sobre el que somos incapaces de imaginar hacia dónde nos llevará. Y es que “lo global — esto es, la realidad cosmopolita— no está simplemente «ahí fuera», sino que constituye la estratégica realidad que vivimos todos los seres humanos”[17]. Lo que, por supuesto, requiere un tipo de actuación diferente: “…un imperativo de acción cosmopolitizada surge globalmente: no importa lo que pensemos y creamos — desde el punto de vista nacionalista, fundamentalista religioso, feminista, patriarcal, antieuropeo, anticosmopolita o todos ellos juntos—, pues, si actuamos de manera nacional o local, nos quedamos atrás”[18].

La cuestión es si podemos ser capaces de abrirnos a esas nuevas realidades y podemos introducir modificaciones en nuestros modelos participativos y en las técnicas aplicadas para enlazarlas con los procesos de toma de decisiones. Y eso en un mundo en el que el papel de los estados-nación y de todo lo que esto supone (administraciones-nación o locales, partidos políticos nacionales, etc.) ya no son el centro del mundo.

Y, en todo caso, la cosa no queda ahí, puesto que en nuestros sistemas políticos existen herramientas y mediaciones para la acción política. Una de las fundamentales son los partidos políticos, por lo que nos debemos preguntar si estos pueden dar los pasos necesarios para convertirse en espacios activos y abiertos de discusión política, que respondan a la realidad descrita. Y eso, “saliendo de sus espacios de confort” y acercándose lo más posible a donde se desarrolla la vida cotidiana de la ciudadanía.

Finalmente, quería hacer una puntualización en torno al proceso de repolitización de la vida cotidiana que, atendiendo a la perspectiva adoptada en este escrito, sin duda, se está dando en nuestra sociedad. Esta puntualización va en la línea de diferenciar los procesos de repolitización, de cambio de la “agenda” política que están provocando y de impacto en el ámbito institucional (transformándolo), del contenido más o menos conservador o progresista de los mensajes y las propuestas que se desprenden de ellos. Seguramente, somos capaces de identificar movilizaciones en los últimos años (que más o menos responden al patrón descrito) que promueven acciones claramente regresivas. Por lo tanto, en el juego de la repolitización son posibles (y de hecho se dan) movimientos en diferentes sentidos, a veces contrapuestos, dando lugar a un escenario que son “juzgados”, por unos y por otros, como positivos o negativos. Pero eso es harina de otro costal.

Con esta base argumentativa, proponemos abrir un espacio de debate que se extenderá a lo largo de unas semanas.

 

Jaime Minguijón Pablo

[1] – Montero, J. R.; Gunther, R. y Torcal, M. (1998): «Actitudes hacia la democracia en España: Legitimidad, descontento y desafección». Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 83, 9-49. (Las citas del texto corresponden a la página 25).

[2] – Ganuza, E. y Font, J. (2017): «¿Odiamos la política». Colección Actualidad, 76: Fundación Pública Andaluza. Centro de Estudios Andaluces. (La cita del texto corresponden a la página 8).

[3] – Lo que sigue se ha inspirado en: Manuel Canales Cerón (web): Sociologías de la vida cotidiana. Disponible en: <http://www.carlosmanzano.net/articulos/Canales.htm>(consulta realizada el 07/03/2018).

[4] – Hayek, F. (1978): Fundamentos de la libertad. Unión Editorial: Madrid.

[5] – Elias, N. (1998): La civilización de los padres y otros ensayos. Santa Fe de Bogotá: Editorial Norma. (la referencia del texto está extraída de dos magníficas páginas: 336-337, incluidas en el capítulo «Apuntes sobre el concepto de lo cotidiano»).

[6] – Lalive D’epinay, C. (2008): «La vida cotidiana: Construcción de un concepto sociológico y antropológico», Sociedad Hoy [en línea]: [Fecha de consulta: 04/03/2018] Disponible en: <http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=90215158002>. (La cita del texto corresponden a la página 13).

[7] – Op. Cit., pág. 25.

[8] – Op. Cit., pág. 26.

[9] – Op. Cit., pág. 24.

[10] – Beck, U. (2012): Una Europa alemana, Buenos Aires, Paidós (la cita corresponde a la página 53).

[11] – Gran parte de las reflexiones que siguen han sido extraídas de: Jan Doxrud (web): Política y politización. (http://www.libertyk.com/blog-articulos/?offset=1495388600721). (consulta realizada el 13/03/2018).

[12] – Habermas, J. (1984): Ciencia y tecnología como ideología. Ed. Tecnos: Madrid.

[13] – Deutsch, Karl (1976): Política y gobierno, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

[14] – Harían referencia a los tres tipos de interacción entre el pueblo y la esfera política: la democracia de expresión, la democracia de implicación y la democracia de intervención. Ver: Pierre Rosanvallon (2011): La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza, Argentina: Ediciones Manantial, p. 36-38.

[15] – Aunque no se han realizado estudios sistemáticos sobre este fenómeno, es de destacar que algunos de los jóvenes que participaron en el 15M en la ciudad de Zaragoza, retornaron en los siguientes años a su mundo cotidiano iniciando experiencias innovadoras en el ámbito cultural, ecológico y económico –en su doble versión de producción y consumo-, especialmente vinculadas a algunas zonas de la ciudad, como La Magdalena. Muchos de estos jóvenes dieron posteriormente (en el año 2014, tres después del 15M) el salto a la política institucional, tanto en Podemos como en Ganemos Zaragoza.

[16]“La metamorfosis implica una transformación mucho más radical, mediante la cual las viejas certezas de la sociedad moderna se desvanecen mientras surge algo completamente nuevo”, en Beck, U. (2017): La metamorfosis del mundo, Editorial Paidós, Barcelona (cita de la página 17).

[17] – Op. Cit., pág. 22.

[18] – Op. Cit., pág. 23.

  • Soy Doctor en Sociología y profesor asociado de la Universidad de Zaragoza y tutor de la UNED. Dirijo la empresa Milenium3, Servicios de Gestión del Conocimiento, S.L.

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