JOAQUÍN MESSEGUER YEBRA, Subdirector General de Transparencia del Ayuntamiento de Madrid, ha realizado la ponencia ‘Experiencias. Derecho a saber’ en el Foro de Transparencia e Innovación Democrática celebrado en Zaragoza el 25, 26 y 27 de abril de 2018.


 

Ya lo decía Catón el Viejo allá por el siglo III a. de C., que leer y no entender es como no leer. Parece que hemos tenido que esperar veintitrés siglos más para rendirle la memoria que se merece y darnos cuenta de que no se puede practicar la transparencia sin interpretarnos a nosotros mismos y sin ser capaces de comunicar a los ciudadanos en el mismo registro y frecuencia que ellos mismos utilizan con nosotros. Me sabe mal reconocerlo, pero la versión 2.0 de la transparencia en nuestro país va a ser aprender a hablar y escribir claro.

Nos hemos pasado estos cuatro primeros años tras la entrada en vigor de nuestra primera norma estatal de transparencia atiborrando los portales institucionales de un caudal abominable de información pública de todo “pelaje”, desactualizada y en formatos imposibles, que ha hecho casi imposible su tratamiento y análisis. Como si se tratase de un tsunami arrollador que todo se lleva por delante, los ciudadanos han tenido que rebuscar en este lodo de información la poca útil y relevante que somos capaces de ofrecer. Infoxicados por la turba de contenidos indescifrables, han salido huyendo y (casi) los hemos perdido.

Para recuperarlos se impone una comunicación clara en la que, huyendo de recursos estilísticos y acrobacias lingüísticas, empecemos a expresarnos nítidamente, con sencillez. Tumbar los muros de la jerga jurídica detrás de los que nos parapetamos los gestores públicos como si de una piedra Rosetta se tratase, como un evidente mecanismo de defensa y de reivindicación del poder de la tecnocracia. Por esta vez no han sido los políticos ni los máximos responsables públicos los culpables. Hemos sido nosotros, los que servimos a la “cosa pública”, los que lo hemos conseguido, en realidad pretendido, sin descabalgarnos de formas y modos seculares que hoy en día cualquiera podría juzgar como jurásicos.

Como cantaba aquel añorado Kiko Veneno en “La Bola de Cristal”, se impone “desaprender para desenseñar cómo se deshacen las cosas”. Hacer un “delete” para volver al origen y recordar los básicos, superando los miedos a que la traducción suprima los matices técnicos a los que servimos con tanta pleitesía. Aniquilar a ese villano de la transparencia que tan bien retrata Melián y al que tan acertadamente ha bautizado “Incomprensit”, uno de cuyos talentos le permite expresarse a modo de “adjunto le remito a los efectos que procedan sobre el asunto de referencia”.

Alguna vez he hecho el experimento de pronunciar memorísticamente esa expresión –la llevamos en el ADN funcionarial- delante de compañeros de la Administración, por un lado, y con personas ajenas al lenguaje administrativo, por otro. Siempre he disfrutado atento a las reacciones tan diferentes de unos y otros al dictado de semejante trabalenguas. Los primeros, impertérritos preguntándose dónde está la broma y los segundos, intentando identificar el idioma con el que se les agrede.

Para salvar esta brecha comunicativa el Ayuntamiento de Madrid ha decidido poner en marcha el proyecto “Comunicación Clara”, que trasciende la mera expresión escrita para alcanzar a cualquier modo de comunicación, la verbal o visual. No se trata de descubrir, de innovar otros modos, sino de recuperar el lenguaje directo, sin recodos ni recovecos donde ocultarnos. Desde el primer momento, desde la génesis misma del derecho que aplicamos, en la tarea misma de confeccionar las normas, labor en la que algunos llevamos formando a promociones enteras de compañeros buena parte de nuestra carrera.

Necesitamos con urgencia convenir los términos que nos permitan a todos identificar claramente los mismos conceptos, huir de los sinónimos que, sabemos, solo añaden oscuridad y ambigüedad a las normas, desterrar la pobreza del lenguaje, de los excesos verbales, de los circunloquios y de la concatenación de frases subordinadas que ahogan la correcta interpretación. Desvelar el sujeto en cada frase sin prescindir de la acción, evitar la cascada de enunciados negativos cuando amenazamos con castigar y desengañarnos de los latinismos como paradigma del lenguaje experto. Críptico sí, desde luego.

Atrás quedan los tiempos en los que los grandes escritores clásicos acudían a los textos jurídicos para perfeccionar su expresión, los tiempos en los que el lenguaje jurídico era la máxima expresión de la lengua culta, certera, exacta y, por qué no, accesible. La cuenta atrás ha llegado a su fin: puede que la ignorancia de la norma no excuse de su cumplimiento, pero ¿abocar deliberadamente a su incomprensión puede justificarlo?

Joaquín Meseguer Yebra

 

  • JOAQUÍN MESEGUER YEBRA | Madrid Subdirector General de Transparencia del Ayuntamiento de Madrid. Académico C. de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y Coordinador del Grupo de Trabajo de Acceso a la Información Pública de la Red de Entidades por la Transparencia y la Participación Ciudadana de la FEMP.

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