Post de Lorena Ruiz Marcos incluido en el hilo de artículos que forman parte del Tema-LAAAB ‘Experimentar [en/con/a través de] las instituciones’ capitaneado por Paola Ricaurte.
Un colegio, un hospital, una biblioteca; también un centro social autogestionado o una asociación de vecinos del barrio. Todos son ejemplos de instituciones, formas de estructurar y organizar diversos ámbitos de la vida en común que están presentes en nuestro día a día y con las que nos tenemos que relacionar de forma casi continua.
En este texto partiré de una de estas instituciones, los centros culturales, para mostrar una forma posible de experimentar en el marco institucional. En concreto, me centraré en los llamados laboratorios ciudadanos, un nuevo modelo de centro cultural en el que los usuarios desarrollan proyectos de manera colaborativa. Trataré de apuntar algunas claves para la construcción de espacios de experimentación dentro de este tipo de institución, teniendo en cuenta que se trata de horizontes, de puntos de llegada atravesados por numerosos conflictos, contradicciones y dificultades, con limitaciones y problemáticas que por cuestiones de espacio no podrán ser abordadas aquí.
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En nuestra vida cotidiana experimentamos constantemente, aunque no seamos conscientes de ello o no lo nombremos así. En la cocina, cuando probamos a cambiar un par de ingredientes de la receta de la abuela, o cuando abrimos la nevera y nos inventamos un plato con las cuatro cosas que nos quedan. En los cuidados, cuando una mujer hackea el andador de su padre colocando un par de pelotas de tenis en las patas delanteras del aparato para intentar que pueda caminar mejor. Desplegamos así las lógicas del cacharreo y el apaño, la búsqueda exploratoria y tentativa de arreglos materiales.
La experimentación es una práctica, una forma de conocer el mundo y relacionarse con él, pero también una forma de relacionarse con otros que abre potenciales espacios de confianza y colaboración: la confianza necesaria cuando se comparte la incertidumbre, y la colaboración que nace al sostener colectivamente los errores y continuar perseverando; no a pesar de ellos, sino gracias a ellos. En la experimentación se acogen, cuidan y acompañan particularmente la incertidumbre y el error.
Pero, ¿cómo se pone en juego la práctica de la experimentación en los laboratorios ciudadanos?
En primer lugar, creando y sosteniendo unas condiciones y un contexto propicios para el encuentro y la colaboración. Para ello es crucial desarrollar metodologías específicas que ofrezcan “diferentes formas de participación que permitan la colaboración de personas con distintos perfiles –artístico, científico, técnico–, niveles de especialización –expertos y principiantes– y grados de implicación” (Marcos García, 2013).
En segundo lugar, aplicándose la lógica de la experimentación a sí mismos: los laboratorios ciudadanos son instituciones que deben poner en cuestión su propio saber, que liberan su código documentando sus procesos, que renuncian al control y se hacen así más porosos y accesibles, que se conciben como un “dispositivo inacabado” (Margarita Padilla, 2012) cuyo uso y sentido vienen dados por las diversas reapropiaciones que otros realizan.
En tercer lugar, poniendo en el centro los modos de hacer, enfatizando que el hacer compartido con otros genera saberes más cohesionados e inclusivos. O aquello que en La bola de cristal enunciaban al grito de “solo no puedes, con amigos sí”. El modelo institucional de los laboratorios ciudadanos se articula por tanto en torno a la convivencia que surge del hacer compartido, la colaboración y la producción de conocimiento. Cuando este entramado funciona, se crean comunidades de aprendizaje y de práctica que evidencian las redes de interdependencia que nos constituyen. En palabras de César Rendueles (2013): “si nos pensamos frágiles y codependientes estamos obligados a pensar la cooperación como una característica humana tan básica como la racionalidad”.
Los laboratorios ciudadanos invitan por tanto a experimentar, a hacer con otros sin importar tanto el resultado como el proceso, con el único denominador común de aquello que nos inquieta, preocupa o apasiona, y que queremos explorar con otros de forma abierta y colaborativa. Esta invitación, aun con sus múltiples limitaciones, hace posible el encuentro entre una diversidad de actores, saberes, experiencias y formas de hacer.
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Experimentar en las instituciones requiere que experimentemos las instituciones, que conozcamos sus lógicas y prácticas para tensar los límites de lo posible dentro del espacio institucional e identificar las grietas por las que se puedan colar otras formas de organizar la vida en común. En este sentido, Amador Fernández-Savater (2011) se pregunta respecto a las instituciones culturales: “¿puede pensarse la institución, ya no como un centro de sentido, sino como una plataforma o un entorno, una especie de matriz que acoge y produce saberes, vínculos y encuentros?”.
Las instituciones se hacen en la práctica. Y se deshacen. Y se pueden volver a hacer.
Para experimentar en las instituciones culturales se propone aquí instituir la experimentación, en tanto que forma de colaboración, como marco para encontrarnos en la diferencia y construir con aquellos a quienes no conocemos ni necesariamente elegimos. Porque, a fin de cuentas, la cultura es aquello que hacemos para dar respuesta a la pregunta de cómo vivir juntos.
Lorena Ruiz Marcos
Responsable del Laboratorio de Innovación Ciudadana (InCiLab) de Medialab Prado
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