ESCUELA DE PARTICIPACIÓN:
Actividades y tareas realizadas por el alumnado del curso de la Universidad de Zaragoza, coorganizado con el Gobierno de Aragón: Certificación de Extensión Universitaria en Técnicas de participación ciudadana.
Breve crónica de la clase impartida el 15/02/2018 por Ana Isabel Beltrán (Servicio de Transparencia, Gobierno de Aragón):
Por Celia Valverde | @celvalmor
Gobierno Abierto: la transparencia. La experiencia en el Gobierno de Aragón.
La transparencia supone actualmente el más relevante polo de desarrollo de cualquier proyecto de Gobierno Abierto, ya que en éste resulta imprescindible la comunicación constante a la ciudadanía de todo aquello que hace. Ahora bien, para que este diálogo resulte fructífero, como en cualquier relación, los dos interlocutores (esto es, la Administración y el ciudadano) han de implicarse de forma activa.
Yo estoy del lado de dentro, y es precisamente desde este lado de la ventanilla desde donde aporto mi punto de vista sobre la sesión en la que Anabel Beltrán expuso la experiencia de la administración autonómica aragonesa en transparencia. Y he utilizado una imagen tan caduca como es la ventanilla de una forma intencionada, ya que lamentablemente soy de la vieja Administración, la que pone una barrera entre su trabajo y el ciudadano, opaca en las formas, lenta de respuesta, rácana con la información.
Para la Administración española, la transparencia no ha sido una preocupación hasta fechas relativamente recientes, y su implantación ha estado rodeada de dificultades. Su nacimiento coincide con la crisis económica, lo que provoca que se ponga en marcha con escasos medios económicos y personales, los cuales, debido a su novedad, adolecen de experiencia y conocimientos. Por otra parte, es un tema complejo: su regulación es sencilla de comprender, pero resulta muy complicada de aplicar, su evolución se construye con frecuencia sobre hechos y casos concretos. Además, también resulta una parcela de difícil manejo debido al inmenso caudal de información que genera, ya que los accesos se multiplican por dos cada año.
Pese a los inconvenientes, las Administraciones (y sus trabajadores) no tenemos otro remedio que interiorizar la transparencia como la nueva forma de hacer las cosas y de relacionarnos con los ciudadanos. Ello implicará que tendremos que enfrentarnos valientemente a tareas que en algún caso pueden parecer hercúleas, como son romper dinámicas de organización del trabajo, revolucionar los canales de comunicación y aprender a compartir la información con naturalidad.
De nuevo en este tema, las Administraciones españolas han viajado sin solución de continuidad de la pasividad casi negligente a lanzarse de cabeza a la carrera por destacar en transparencia, lo que conlleva el riesgo de crear estructuras grandilocuentes, diseñadas para la autocomplacencia, pero vacías de contenido de verdadera utilidad para sus auténticos destinatarios. Ser cada día una Administración más abierta y accesible supone un esfuerzo que no debería estar dirigido a colocarse en lo más alto de las listas de transparencia, sino que tendría que estar basado en objetivos de ética y responsabilidad: la transparencia obliga a trabajar mejor, sin errores, más organizado; incrementa el uso de las nuevas tecnologías, contribuye a paliar el desinterés del ciudadano por los asuntos públicos y, sobre todo, facilita la lucha contra la corrupción.
Sin embargo, los exitosos avances en la transparencia de las instituciones públicas siguen encontrándose de bruces con el desconocimiento por parte de los ciudadanos de sus derechos en esta materia, a excepción de colectivos muy determinados con intereses específicos tales como periodistas, trabajadores públicos y, en menor medida, el tejido asociativo. La transparencia de calidad debería alcanzar a toda la ciudadanía, porque es su implicación, la utilización de las facultades de acceso, las peticiones de información, su participación, en suma, la que dota de razón de ser a la transparencia. Sólo si los ciudadanos ejercen sus derechos en esta materia, y más relevante aún, si el ejercicio es sencillo y su resultado satisfactorio, habrá cumplido la transparencia su objetivo de que la ciudadanía se sienta bien gobernada y así contribuir a su reconciliación con los poderes públicos.
Aún queda mucho camino por recorrer. Los trabajadores públicos tenemos que superar el empacho semántico con el término y ser conscientes de que la transparencia no es una moda, sino una nueva manera de trabajar; las Administraciones Públicas deben asumir que la transparencia no es un ámbito sectorial y que no hay marcha atrás posible en la asunción de las obligaciones inherentes a la transparencia; y los políticos habrán de hacer en el futuro política (y políticas) necesariamente transparentes, ya que como dijo Jane Addams, “la cura de las enfermedades de la democracia es más democracia”.
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