Post de Manu Fernández, incluido en la cadena de artículos que forman parte del Tema-LAAAB ‘Espacios urbanos centrados en las personas’ capitaneado por Ignacio Grávalos y Patrizia Di Monte.
Tecleas “wikipedia” y entras sin mayor problema. Sin usuarios ni contraseñas, sin formularios previos de registro, sin comprobación de quién eres o por qué quieres entrar. Cualquiera puede entrar sin mediadores, sin condiciones o autorizaciones previas. Y esto es sólo el comienzo; en realidad, este es el uso que hacemos de ella la mayoría de nosotros/as la mayor parte del tiempo. Lo mejor viene al pensar cómo hacerla mejor. Si ves que algo falta o no está ahí, no tienes que esperar a una autoridad o experto para que añada lo que echas en falta. Ni siquiera tienes que hacerlo tú solo/a; puede haber más gente perdida por ahí que quiera contribuir a poner por escrito lo que buscabas. Mejor incluso: si algo es incorrecto, impreciso o discutido, no tienes por qué conformarte con el error o la insatisfacción: puedes editarlo, hacer tu propia contribución, señalar lo que falla, proponer la mejora. En realidad, esa es la magia: nadie dice que sea perfecta, sólo es algo que mejora incrementado por la contribución de quien quiere contribuir y no por la solidificación de lo que alguien pudiera definir como contenido exacto y completo. Nada más natural que asumir que nada es perfecto, que todo es susceptible de mejora. Sobre todo, asumiendo que lo contradictorio o lo conflictivo pueda discutirse de manera transparente, trazable y en comunidad.
Esta no es una definición precisa del funcionamiento de la wikipedia pero nos puede valer. Usar metáforas o símiles siempre es un recurso resbaladizo, pero al menos nos da flexibilidad para pensar las cosas de otra manera. Si la wikipedia es un ejemplo de lo nuevo que ha traído la era digital como cambio cultural, tal vez nos sirvan sus principios de funcionamiento para comprender qué podríamos esperar de un modelo similar en la organización y funcionamiento de la vida colectiva y en la manera de hacer ciudad adaptada a esta sociedad conectada. Estos principios (acceso libre, construcción colaborativa, desarrollo editable, mejoras incrementales, discusión pública y en comunidad,…) podrían servirnos como guías de diseño para acercarnos a las expectativas de la sociedad digital sobre cómo intervenir y participar en el desarrollo de las ciudades, sus espacios públicos y su gestión.
Todo ello, trasladado a la manera en que estamos dando forma a la vida urbana (a la vida colectiva, en general), nos lleva a pensar en la democracia representativa formal-instrumental, contemporánea de cambios sociales y culturales que han cambiado el panorama de las resistencias, de la contestación y la generación de nuevas prácticas urbanas, desde la gestión de los espacios públicos a la formulación de alternativas a las políticas de vivienda. Hoy sacar unas sillas a la calle y ponerse a charlar con familiares o amigos es un acto excéntrico y ya ni tenemos claro por qué no se puede hacer (si es que no se puede): ¿lo dice alguna ordenanza, el sentido común, el qué dirán? Y, sin embargo, no era algo ajeno hace unas pocas décadas. Hoy organizarse para adecuar y mejorar un espacio abierto puede implicar la visita de agentes de de la autoridad que, sin tener muy claro por qué, sospecharán que eso no se puede hacer: algún código técnico o alguna ISO, vaya usted a saber, prohíbe hacer eso. Hoy organizar cualquier actividad en el espacio público (una comida, un festival, una actividad deportiva, un cine al aire libre,…) está sometida a una maraña de normas, licencias y formularios que hacen imposible cualquier espontaneidad salvo que se quiera ejercer realmente desde un ejercicio de resistencia.
¿Y si exploramos el mundo de lo prohibido, de lo supuestamente prohibido o de lo que creemos que está prohibido hacer en una ciudad? ¿Aplicamos el principio del acceso libre a recursos físico públicos de la ciudad limitados en sus horarios o tipos de usos? ¿Probamos el abierto por defecto en actividades sometidas a limitaciones que nadie sabe muy bien su justificación? ¿Podemos hacer ciudad de verdad, con las manos? ¿Qué cosas vamos a poder cambiar porque no nos gustan o no nos sirven? ¿Podemos dejar de pensar la ciudad, sus espacios y sus servicios como algo perfectamente planificable y cosa de expertos? ¿Podemos renovar las prácticas de participación ciudadana o de transparencia desde estos principios?
La sociedad conectada, con toda su variedad de dispositivos que han colonizado nuestras rutinas tiene tanto de equipación técnica como de cambio cultural. Lo visible (sensores, dispositivos, pantallas, infraestructuras,…) y lo invisible (la marea de datos en la que vivimos) son evidencias de una transición –más que una revolución- hacia esa sociedad conectada. Comprender en pocas palabras (o incluso en muchas) la profundidad de estos cambios es complicado. Por un lado, son cambios de mentalidad, de formas de hacer y de expectativas que no son siempre coherentes. Es así cómo estamos viviendo las posibilidades liberadoras de esa tecnología (datos abiertos, democracia digital, nuevas movilizaciones sociales, innovaciones en las prácticas de las administraciones públicas y renovación de la acción ciudadana, etc.) pero también sus aspectos más siniestros (desestabilización de elecciones, fake news, manipulación del debate público, sistemas de espionaje masivo a la ciudadanía, pérdida de privacidad, etc).
Esta reclamación se ejerce también desde una posición absolutamente práctica, pragmática y experimental. Junto a la propuesta, la acción. Es en este nivel donde el cambio socio-político que estamos viviendo se hace más palpable. De hecho, los proyectos que han operado en los últimos años desde antes del estallido de la burbuja inmobiliaria como formas de reclamación directa de espacios públicos, viviendas vacías, equipamientos públicos, etc. han sido, en buena medida, procesos de aprendizaje sobre nuevas formas de hacer ciudad que después tomaron forma de contestación agregada en las plazas. Se trata de proyectos que, en muchos casos, en la época del urbanismo expansivo y de los grandes proyectos urbanos apenas tenían eco o eran directamente consideradas como outsiders a contracorriente.
Manu Fernández. Investigador y consultor de políticas urbanas.
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