Artículo de Carmen Marta-Lazo incluido en el Tema-LAAAB ‘Educación expandida, aprender participando’. capitaneado por Pedro Jiménez | ZEMOS98
Vivimos en un mundo interconectado, con unas posibilidades de comunicación hasta hace solo unas décadas inimaginables. La mayoría de los ciudadanos disponen de acceso a la Red -salvo aquellos que habitan en sitios aislados de sombra o no cuentan con suficientes recursos, que también existen, fruto de las brechas en algunos lugares del planeta. Y no solo es palpable el acceso y la gran cantidad de horas que se está delante de las pantallas móviles. Lo más importante es el modo en el que los social media protagonizan, cada vez más, casi todas las acciones de cada uno de nosotros.
La unidireccionalidad de los mass media ha sido superada por las nuevas opciones de compartir e intercambiar información. El usuario ha pasado a convertirse en creador de mensajes, con diferentes formatos, que alberga en la Red. Como definió Cloutier (1975), hemos asistido a la reconversión hacia la figura del “EMIREC” -acrónimo que conjunta en un único término la retroalimentación existente entre el Emisor y el Receptor en una misma persona- o, en su vertiente más mercantilista, en la bautizada por Toffler (1980), como “prosumer” (productor y consumidor) de información.
Esta hibridación de roles ha convertido Internet en una fuente multidialógica, en la que los mensajes son un gran caudal de uno a otros y de otros a unos. El “Factor Relacional” (Marta-Lazo y Gabelas, 2016) es el eje transversal que conecta los usos, consumos e interacciones de los participantes en la Sociedad Red. La tecnología en sí misma no es nada, tiene que estar al servicio del hombre y de la mujer, es lo que llamamos “humanismo digital”. Sin embargo, para que ese uso sea responsable, ético y con criterio, los EMIRECs deben de estar alfabetizados digitalmente y haber desarrollado diferentes competencias al respecto. Como quedó demostrado en una investigación realizada por Ferrés et al (2011), el hecho de saber manejar la tecnología no significa estar alfabetizado, son otras las dimensiones competenciales que hay que sumar para partir de una alfabetización mediática, en sentido global, y en esto los españoles obtuvieron un destacado suspenso.
El “Factor Relacional” contenido en las TRIC (Tecnologías de la Relación, la Información y la Comunicación) (Gabelas, Marta-Lazo y Aranda, 2012) simboliza la interacción, (co)creación, reflexión y, en definitiva, humanismo digital que debe impregnar el proceso educomunicativo en Red. La educomunicación ha permitido crear puentes para aprovechar el potencial del Factor Relacional de la comunicación en la educación y las posibilidades y recursos educativos en el ámbito de la comunicación. El desarrollo de las competencias digitales amplía las interacciones entre el sujeto y la pantalla, e intervienen en la dimensión crítica, analítica y reflexiva, con la que se abordan los mensajes, tanto en el plano de la recepción como de la participación. Entre otros investigadores que en el seno de países hispanoamericanos se han basado en la concepción de un “sujeto activo, social y creativo para los medios”, desde una perspectiva educomunicativa, podemos destacar a Fuenzalida y Hermosilla (Chile); Charles y Orozco (México); Martín-Barbero (Colombia); Quiroz (Perú); o Kaplún (Uruguay). En el ámbito español, podemos destacar también la labor investigadora de varios educomunicadores, tales como Aguaded, Aparici, García Matilla, Ferrés, Pérez-Tornero u Osuna-Acedo, entre otros.
El acercamiento de los dos campos (educación y comunicación) se ve estimulado porque ambos convergen en la sustitución del paradigma de la “transmisión” por el de la “mediación”, se trata de pensar en la reapropiación de los conocimientos, reflexionando sobre las interpretaciones de modo relacional, poniendo énfasis en el proceso y centrándose en la persona, como planteaba Freire (1969), en su propuesta de una “pedagogía del oprimido”, teniendo en cuenta la necesaria participación activa del sujeto en una sociedad democrática.
Según la UNESCO (1992), la educación en medios debe favorecer la creación de una conciencia crítica. Para ello, se propugna que los programas educativos abarquen desde el análisis de los mensajes hasta la utilización de instrumentos de expresión creadora, sin dejar de lado la utilización de los canales de participación activa. Esa forma de hacer partícipes a los educandos y, por extensión, a los ciudadanos es esencial para llegar a la autonomía o a “autogestión” en el aprendizaje.
Como señala Kaplún (1998), “sólo participando, involucrándose, investigando, haciéndose preguntas y buscando respuestas, problematizando y problematizándose se llega al conocimiento. Se aprende de verdad lo que se vive, lo que se recrea, lo que se reinventa y no lo que simplemente se lee y se escucha”. Así, como podemos ver en la pirámide invertida del aprendizaje, lo que mejor aprendemos es lo que descubrimos.
La educomunicación cuestiona y revisa muchos modelos pedagógicos y comunicativos, en pro de la participación ciudadana, del EMIREC, en la sociedad digital, para que los ciudadanos sean críticos y sepan hacer un buen uso de la información en un ecosistema mediático protagonizado cada vez más por la infopolución y las fake news, donde -como ha quedado demostrado en algunas investigaciones (Vosoughi, Roy, & Aral,, 2018)- los navegantes dan por válidas noticias falsas, manipuladas o inciertas.
Como materia especialmente sensible, para que los ciudadanos lleguen a tener criterio para saber filtrar las informaciones falaces de las reales, deberán de ser preparados en competencias digitales. Desde la Unión Europea, hay un compromiso a través del proyecto Digcomp de formar a la ciudadanía en este sentido. España, a través del INTEF se ha venido sumando a este compromiso por parte del sector educativo.
También encontramos algunas apuestas que suman la sinergia del campo de la salud, para redimensionar la apuesta por la educación mediática en entornos saludables, mediante un espacio común que promocione las competencias digitales en sentido integral, para el bienestar individual y social.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya planteó en 1993 un enfoque de la educación para la salud, en el documento Habilidades para la Vida (HpV), que entendemos como “grupo de competencias psicosociales y destrezas interpersonales que forman el entorno de manera que sea propicio para la salud”, que se agrupan en diez competencias, de tres tipos: cognitivas, emocionales y sociales. En la conferencia de Ottawa en Canadá de 1986 se recoge que “la promoción de la salud es el proceso de capacitar a las personas para que aumenten el control sobre su salud, y para que la mejoren. No es simplemente responsabilidad del sector sanitario, va más allá de los estilos de vida saludables para llegar al bienestar”.
Desde estos parámetros, la Dirección General de Salud Pública del Gobierno de Aragón ha llevado a cabo algunos proyectos, que ya llevan funcionando más de una década, que tratan de integrar la educomunicación y la salud en un mismo marco de actuaciones. Como experiencias pioneras destacan especialmente los programas “Pantallas sanas” y “Cine y Salud”, en los que han participado miles de alumnos y profesores de toda la comunidad de Aragón.
La convergencia de acciones para la educomunicación hacia la salud trata de entender el aprendizaje, como manifestó Delors (1996) en su conocido informe para la UE, desde una perspectiva holística, donde el “arte de educar” se fundamenta en cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser.
Desde esta perspectiva, las TRIC pueden servir como medios para el empoderamiento ciudadano, mediante la apropiación personal, la potenciación del intercambio de mensajes y el fortalecimiento colectivo, hacia una dimensión comunitaria, que tenga en cuenta el desarrollo de las competencias desde un sentido de habilidades en el “aprendizaje para la vida”.
Bibliografía
CLOUTIER, J. (1975): L´ère d´EMEREC ou la comunication audio-scripto-visuelle à l´heure des self-media. Montreal: Les Presses de L´Université de Montreal.
DELORS, J. (1996). “Los cuatro pilares de la educación”, en La educación encierra un tesoro. Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI. Madrid: Santillana/UNESCO, pp. 91-103.
GABELAS BARROSO J. A., MARTA-LAZO C. y ARANDA, D. (2012). ¿Por qué las TRIC y no las TIC? En: Revista Comein, 9. Barcelona: UOC. Disponible en http://www.uoc.edu/divulgacio/comein/es/numero09/articles/Article-Dani-Aranda.html
FERRÉS, J. et al. (2011). Competencia mediática. Investigación sobre el grado de competencia de la ciudadanía en España. Ministerio de Educación, Instituto de Tecnologías Educativas y Formación del Profesorado. Gobierno de España.
FREIRE, P. (1969): La educación como práctica de la libertad. Montevideo: Tierra Nueva.
KAPLÚN, M. (1998). Una pedagogía de la comunicación. Madrid, España: Ediciones de la Torre.
MARTA-LAZO, C. y GABELAS BARROSO, J.A. (2016). Comunicación Digital. Un modelo basado en el Factor Relacional. Barcelona: UOC Press.
OMS (1993) –traduc. DUNCAN, K. y MACEIRAS, L.- (2001): “Carta de Ottawa para la promoción de la salud”, en Salud Publica Educ Salud, 1 (1), pp. 19-22.
TOFFLER, A. (1980). La tercera ola. Barcelona: Plaza & Janés.
UNESCO (1982). Declaración sobre la enseñanza de los medios. En Actas Simposium Internacional sobre la Enseñanza de los Medios. Grunwal (Alemania). Recuperado de: http://www.redalyc.org/pdf/158/15802816.pdf
VOSOUGHI, S., ROY, D., & ARAL, S. (2018). “The spread of true and false news online”. Science, Vol. 359, Issue 6380, 1146-1151. doi: 10.1126/science.aap9559
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