Post de Adrian Smith incluido en la cadena de artículos que forman el Tema-LAAAB ‘Cartografiar lo imposible’ capitaneado por Mauro Gil-Fournier | VIC
La cartografía participativa es una herramienta potente para llegar a conocer y comprender a nuestros territorios. Cuando mapeamos juntos, lo que emerge a través de la inteligencia colectiva son perspectivas distintas y compromisos nuevos con nuestros territorios. Creamos solidaridad con vecinos, revelamos relaciones sociales, e identificamos actividades para mejorar nuestros derechos democráticos sobre el territorio.
Con este texto, quiero plantear que hace falta herramientas parecidas para una cartografía de las tecnologías. No tengo una herramienta a mano. Pero lo que quiero argumentar son los motivos para crear tales herramientas, con la aspiración que la cartografía de la tecnología puede abrir y democratizar nuestras relaciones con tecnología de una manera parecida a la de la cartografía participativa del territorio.
¿Por qué? Porque las tecnologías se forman parte de nuestro entorno moderno. Cada vez más, un elemento importante que se plasma a nuestros territorios – y como los comprendemos – es la tecnología: dispositivos, infraestructuras, máquinas, medios, y las otras tecnologías que median y dan forma a nuestras vidas cotidianas. Por ejemplo, los sensores y tecnologías de comunicación, y las plataformas digitales de las ciudades inteligentes, que monitorean, calculan, y visualizan los flujos de personas, coches, basuras, enfermedades, puestos de trabajo y otras cosas en la vida cotidiana de la ciudad. Estas son tecnologías para mapear la ciudad. Y como todas las tecnologías, llevan suposiciones sobre la sociedad en la que funcionen – incluso valores e ideas sobre lo que es importante a mapear. ¿Pero cómo mapeamos a las tecnologías mismas? ¿De dónde vienen las tecnologías; en los intereses de quien les sirven; como entran a nuestros territorios y con cuales resultados; quien tiene control sobre la tecnología; a dónde van los datos de que han recogido las tecnologías inteligentes; donde están las oportunidades de abrir la e influir a su diseño; como mapear y crear tecnologías más apropiadas para un futuro que deseamos; etc.?
Un lugar estupendo para empezar es un guía que se llama Reclamar Las Infraestructuras, por Alberto Corsín Jiménez. Nos ofrece algunos ‘juegos’ para llevar a la luz las infraestructuras en las que dependen nuestras vidas cotidianas, o de las palabras de Alberto, cualquier infraestructura que “nos organiza la vida ‘desde abajo’, muchas veces a espaldas nuestras, bajo nuestros pies, sin nosotros darnos cuenta”. El guía es un buen punto de salida para crear una cartografía para democratizar a la tecnología.
Una actividad para grupos, con cada miembro llevando camera, es dar una vuelta al barrio por separado, sacando fotos de todas las infraestructuras que les llama la atención – de infraestructuras grandes como la de agua, a las pequeñas como toldos (o arboles) para dar sombra en las terrazas. Luego, el equipo las compara sus fotos, y empieza a explorar sus los roles en nuestras vidas y nuestro territorio. Hay juegos para abrir las infraestructuras para que podemos examinarlas, estudiarlas – cómo es hecho y cómo funciona – y empezar a pensar en cómo podríamos cambiarlas, mejorarlas y convertirlas en formas más apropiadas a un futuro deseable.
Alberto nos anima a crear mapas de estas infraestructuras, pero de manera que sea importante para nosotros: como se vinculan una infraestructura con una actividad importante para nosotros; por ejemplo, un mapa de calles tranquilos y adecuados para ir en bici; o mapa de la ubicación de polígonos industriales, datos sobre sus emisiones, niveles de contaminación local, y los responsables de controlar esta infraestructura industrial. De esta manera, creamos otra manera de pensar y actuar colectivamente hacía la tecnología, no como un artefacto o dispositivo de afuera a el que nos relacionamos como consumidores, pero más como un mediador vital en nuestras relaciones sociales que tenemos en común, y en las que tenemos derechos como ciudadanos tecnológicos.
Eso es imprescindible cuando giremos el enfoque hacia el futuro, y las actividades y bienestar que queremos con el apoyo de tecnologías nuevas. La cartografía de tecnología, aprovechando de herramientas como las de los de Alberto nos apoya a hacernos cargos de las tecnologías futuras (o el uso de caminatas y fotografía en el proceso de ‘futurescape city tours’ desarrollado por Cynthia Selin y colegas de Arizona State University).
¿Por qué no mapeamos otra transformación del sistema de producción-consumo? ¿Por qué no hacer una cartografía de las tecnologías e infraestructuras circulares de otra forma? Por ejemplo, podríamos aspirar a la reubicación de producción e re-fabricación de bienes en talleres y fabricas locales – quizás una evolución de los makerspaces, hackerspaces y fablas de hoy en día – y en las que empresas sociales podrían ‘upcycle’ objetos rotos o usados, y re-fabricar nuestros bienes, y mantener más locales los circos de objetos y flujos de materiales dentro de nuestros territorios. Y, porque más actividad se quede localizado en nuestro territorio, significaría que los beneficios económicos podrían ser distribuidos más ampliamente en el territorio. ¿Crearíamos un mapa en la que se consiste nuevos puestos de trabajo, nuevas oportunidades para formación e educación para jóvenes, la creación de cooperativas o empresas sociales para la organización económica de estas redes complejas to producción-consumo local? No sería un cianotipo – sería un mapa para entrar en dialogo con los mapas de otros. Como escribe Alberto:
“no debemos dejar la representación de nuestro territorio, de nuestras complejidades y complicidades, en manos de terceros. Si los mapas cuentan verdades a medias, ¡hagamos más mapas para que las medias sumen enteros! Mapa, tras mapa, tras mapa: de las injusticias que nos asolan, de nuestros sueños y aspiraciones, de nuestras contradicciones y titubeos. Mapas de nuestros fracasos y mapas de nuestras alegrías”
No hay nada automática de los cambios tecnológicos. La tecnología no es una fuerza de la naturaleza que impacta a nuestro territorio. La tecnología es un resultado de elecciones sociales – las ideas de los diseñadores, la visión de un emprendedor, los intereses de los inversores, la política del gobierno, las agendas y motivos de los científicos y los ingenieros, la herencia de infraestructuras e instituciones, y las expectativas y rutinas de los usuarios y comunidades que adoptan, adaptan y rechazan a las tecnologías nuevas. Los futuros tecnológicos son mucho más abiertos y sociales que nos imaginamos. Es importante que abrimos espacios, procesos y herramientas para introducir más democracia en el desarrollo de tecnología – y más imaginaciones diversas.
Con la cartografía participativa de tecnología, podemos navegar hacía las tecnologías abiertas a nuestra influencia a la escala territorial. ¿El LAAAB es un sitio perfecto para apoyar a los ciudadanos en la creación de tales herramientas?
Adrian Smith
Catedrático en Tecnología y Sociedad, Science Policy Research Unit, Universidad de Sussex, Reino Unido. Investigador visitante, Centro de Innovación en Tecnología para el Desarrollo Humano, Universidad Politécnica de Madrid
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