Autor: Ester Serraz
Estamos acostumbradas a hablar de la tecnología y la innovación como elementos clave para resolver los retos del mundo pero te has parado alguna vez a pensar ¿qué es la tecnología?
Una primera búsqueda en Google llenará tu pantalla de circuitos y chips. Pantallas táctiles, robots y colores neón.
Una búsqueda en la RAE te dirá que la tecnología es el “Conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico.” Podemos completar esta definición diciendo que, además, “permite al ser humano modificar su entorno material o virtual para satisfacer sus necesidades”.
Cada vez más, a la tecnología se le asocian atributos como el de “…gravitar sobre el bienestar del ser humano, el progreso social y económico de los pueblos y sobre el medio ambiente donde se manifiesta.”
Teniendo el conjunto completo de definiciones en la mano, podríamos decir que tecnología son las vallas separadoras que encuentro a mi alrededor en el pueblo, construidas a partir de somieres viejos y que protegen, aíslan y delimitan el espacio físico. No sólo requieren de técnica sino que resuelven un problema, satisfacen una necesidad y permiten una mejor adaptación al entorno. Son, además, un ejemplo claro de economía circular. Esa que lleva existiendo sin etiquetas toda la vida en los pueblos.
¿Y por qué esta nunca es la imagen que viene primero a nuestra mente? La respuesta es sencilla: la tecnología NO es neutra porque no puede separarse del contexto. Responde a unas necesidades y deseos, intenciones y problemáticas que dependen, en gran medida, del modelo dominante. Es precisamente esta falta de neutralidad la que nos pide, como diseñadores y diseñadoras, que seamos muy conscientes del lugar desde el que partimos en cada proyecto.
La “Teoría de la dependencia” nos dice que existe una estructura jerárquica de poder, del tipo que sea, en la que lo central domina a las periferias. Se trata siempre de una relación desigual entre territorios. El lugar en el que has nacido y en el que vives define parte de estas relaciones. A quienes han nacido y vivido siempre en las ciudades, sabed que formáis parte del centro y por ello, vuestras ideas, propuestas y formas de mirar al mundo forman parte del espacio desde el que se toman la mayoría de las decisiones. A quienes habéis nacido y/o vivido en pueblos, os felicito. Formáis parte de ese pequeño grupo de personas que, consciente o inconscientemente, habéis mirado al mundo desde otro punto de vista. Estáis más preparados y preparadas para hacer las cosas de manera diferente. El proceso es difícil. Cuando la periferia se mueve al centro, existe una tendencia a perder la esencia propia, a mimetizarse por encima de todo. Y sin embargo, es precisamente esa diversidad la que necesitamos ahora más que nunca.
¿Qué pasa cuando aplicamos este pensamiento al diseño y diseñamos desde el centro?
- Asumimos que todo el mundo vive en las ciudades. Y que por lo tanto tiene el mismo acceso a infraestructuras, servicios públicos, internet. Que sus dinámicas diarias son urbanas. Que cultivar un huerto, es una actividad de ocio.
- Asumimos que la digitalización sólo puede ser incluyente y que forma parte de la vida de todos y todas. Sin embargo, esta pandemia nos ha demostrado que la brecha digital es cada vez mayor. Que muchas personas, especialmente en los pueblos, no tienen acceso a internet y, como resultado, quedan aisladas del panorama educativo, cultural y social que se desarrolla en el medio digital.
- Asumimos la escala de los procesos y servicios que diseñamos y tratamos a la periferia como un caso residual. Como resultado, el proceso de compra de material de papelería de un ayuntamiento de 150 habitantes es el mismo que para el de una gran ciudad. Tendemos además a ignorar aquello que afecta a las minorías y que muchas veces en diseño llamamos “corner case” (caso residual) pero no podemos negar que cuando, por ejemplo, hablamos de violencia de género, cada número importa.
- Asumimos que las voces que más saben son las que vienen del centro. Porque vivimos y construimos en base a imaginarios y el actual nos dice que la cultura, el saber, la vanguardia y, en definitiva, todo lo que vale la pena, sale de las ciudades. Olvidamos los innumerables ejemplos de innovación, cultura y arte que tienen lugar en los pueblos como es el Centro de Innovación de Asturias o, Territorio Rural Inteligente en Cantabria o, el festival de Arte Camprovinarte, recientemente incluido en la lista de proyectos de La Rioja por el Observatorio de Cultura.
Es importante entender que cuando hablamos de la necesidad de dejar de asumir y de incorporar miradas periféricas (en este caso, la de los pueblos) no estamos haciendo un ejercicio de nostalgia y romanticismo. Los retos globales económicos, políticos, sociales, medioambientales a los que nos enfrentamos tienen una complejidad y un alcance tal que se hace indispensable abordarlos desde nuevas perspectivas. Trabajar con y desde los pueblos, incorporando sus idiosincracias, saberes, culturas, tomando aquello que nos es necesario y actualizándolo a los tiempos actuales nos acerca a la construcción de modelos que rompan la dualidad centro-periferia. Que trabajen en red y con las manos hundidas en la tierra. Que transformen entendiendo mejor el papel que jugamos dentro de este ecosistema. Porque como decía Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.
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